domingo, 19 de octubre de 2008

AMARILLISMO

Mucho se ha escrito sobre la influencia de la prensa amarilla norteamericana y la irresponsabilidad de los periódicos españoles al hacerse un excesivo eco de las declaraciones patrióticas de los políticos y militares sin contrastar debidamente las informaciones sobre la capacidad militar de los países beligerantes durante la guerra de 1898 en Cuba.

Respecto a los dos grandes periódicos norteamericanos de la época, The New York World, de Pulitzer, y The New York Journal, de Hearst, lograron alcanzar tiradas millonarias con la utilización de un sensacionalismo que explotaba el sentimiento popular antiespañol. No dudaron en publicar historias y noticias falseadas, cuando no enteramente inventadas, que tenían gran impacto entre los lectores. Si hubiera que comparar el periodismo de ambos editores, habría que concluir que Hearst superó a Pulitzer en agresividad, sensacionalismo, búsqueda del morbo, amoralidad y carencia de escrúpulos. Pulitzer mantuvo unas mínimas normas éticas -como la veracidad de la noticia, aunque sólo se incidiera en sus aspectos más llamativos- y un respeto por los lectores, que llevó al World a declararse antiimperialista, pues la mayoría de su público lo constituían los inmigrantes.
Por tanto, en la guerra contra España debía situarse a favor de la descolonización de Cuba y Filipinas no sólo por motivos económicos, sino también políticos. En cambio, en el Journal de Hearst no había línea editorial alguna -sólo la que fuera más comercial en un momento dado- ni respeto a los lectores, no dudó en inventar sus propias noticias, como el rescate en Cuba de Evangelina Cisneros por un equipo pagado por el propio magnate de la prensa.

El conflicto llegó a ser conocido como la guerra de Hearst, pues se preocupó de promoverla para hacer negocio con ella. Inventó noticias de gran difusión en EE.UU., Londres, París, como la de que monseñor Rampolla de la Secretaría de Estado del Vaticano con León XIII se mostraba favorable a los independentistas. Hay que señalar, además, que Hearst tenía importantes intereses azucareros en Cuba. En el transcurso del conflicto, Pulitzer debió abandonar sus escasos escrúpulos morales para poder competir con su rival.La prensa española también hizo alarde de patriotismo, y se empeñó en mostrar la debilidad del enemigo y el propio poderío militar, con lo que apoyaba decididamente la guerra.

Los periódicos sensacionalistas norteamericanos no tuvieron excesiva influencia fuera de Nueva York. La prensa de Hearst y Pulitzer forzosamente tenía que partir de una opinión pública belicista comercialmente explotable, pues sus móviles eran exclusivamente económicos. Y es que ambos magnates, conscientes de la importancia que el humor gráfico tenía para la venta de sus publicaciones, lucharon por contratar a los mejores dibujantes, y, del mismo modo, guerrearon por sobresalientes titulares, redactores y fotógrafos.

Téngase en cuenta que en el último lustro del siglo XIX nacía el cómic norteamericano con las principales características que ha mantenido hasta hoy: complementariedad narrativa y estética de textos y dibujos que se suceden secuencialmente, explotación continuada de personajes y conceptos definidos bajo títulos reconocibles y explotación comercial en soportes impresos de los relatos así conseguidos, con la posibilidad de aumentar sus beneficios mediante la difusión en otros medios.

En todos estos terrenos, Hearst acabó ganando la batalla, y su cadena de periódicos le sirvió de infraestructura para crear la primera agencia de distribución de tiras de prensa.

Algunas conclusiones

Es necesario superar la noción simplista de sensacionalismo como manifestación del mal gusto en los medios masivos o como función narcotizante.
Hoy, la pretensión de mantener claramente una distinción entre medios serios y medios sensacionalistas parece bastante problemática. El sensacionalismo es parte de una estética inquietante, insubordinada a lo serio, en abierta disputa por los nuevos espacios semióticos de la industria cultural.

Está claro que el amarillismo o sensacionalismo está presente, en mayor o menor medida, en todos los medios impresos y que su instauración en determinados periódicos aumenta día a día, de forma preocupante, ante el temor de que la competencia se haga con grupos de lectores que antes no comulgaban con su línea editorial. El grado de superficialidad dependerá de la pretendida seriedad que quiera transmitir el periódico, pero incluso medios con una contrastada trayectoria de credibilidad están incurriendo en el error de introducirse al sensacionalismo.

La función fundamental de la prensa es informar, pero no entretener. Para eso hay otros medios. No cabe duda que el amarillismo forma parte de la historia de la prensa desde que ésta existe, y seguirá siendo así en tanto en cuanto la condición humana no cambie. Hay que evitar es que no se alcancen cotas de superficialidad preocupantes, porque en ese caso la labor periodística quedaría en entredicho.
BIBLIOGRAFÍA
http://www.ull.es/publicaciones/latina/36fcoarias.htm

1 comentario:

Anónimo dijo...

quien es el magnate de la prensa ?